I – Anécdotas del espacio.
Hecho: Mónica González coloca en el piso bastidores pintados con cielos azules, celestes y blancos, apoyados en la pared de la Galería Arte-Sanos[1]. Inicio de los 90, un montaje que también expone cajas de acrílicos en pedestales. “Replantear/recomponer”, materialidad pictórica y sombras proyectadas de estos objetos de plexiglás, que son vientos atrapados.
Interpretación: la luz directa sobre los objetos de onduladas formas diáfanas arroja sombras que dinamizan la superficie pictórica, complejizando la escena de la representación; el artista Hermann Guggiari cuando se enfrenta a la obra dice: “Mónica, sos escultora”. Su primer nombre, es señalado.
II – El Espacio señalado.
El territorio indicado implica un “afuera”, un espacio a ser ocupado, como una tierra prometida que debe ser imaginada. Cielos, vientos, tierra, humedad, caminar, migrar, buscar la vida, diversidad que se pierde, proteger lo desprotegido, bichos de la naturaleza; son palabras que escribo como un autómata de manera dispersa en el espacio en blanco del bocetero mientras Mónica me relata un paseo de sábado y me muestra unos registros audiovisuales de gusanitos haciendo una pequeña danza de estoy y no estoy.
III – El espacio como acontecimiento.
Una de las preocupaciones fundamentales del arte ha sido desde siempre el tema del “espacio”, el espacio bidimensional, el espacio tridimensional, etc. El espacio como soporte, el tiempo y el espacio del arte como acontecimiento.
Las obras de Mónica tienen en esencia lo más mínimo, la forma en su resplandor extremo, el material en su estado puro, la gélida aparición de la mostración más plena y austera. Ella logra condensar el concepto para retenerlo y luego abrirse con fuerza en el despliegue poético, como cuando nos exponemos a mirar el sol directamente y parpadeamos para protegernos. Las “placas pictóricas” [2] hacen migrar el pensamiento a un espacio creado de manera industrial como cuando exponemos una radiografía a la luz y aparece la imagen de un cuerpo. Las placas enormes de Mónica registran del cielo la matriz de las nubes y el volumen de los espesores. Algo acontece, perderse entre las nubes.
IV – El Espacio del Taller.
Mónica vuelve a habitar su taller, el de la enorme puerta giratoria de hojalata y vidrios gigantes que permiten dejar colarse la luz. Habitar en el sentido de hacerse presente en el hacer, en el contacto con la materia, en el estar ahí del gesto que le cuesta al principio. Pruebas de colores por todas partes, un verdadero laboratorio de investigación. Restaura piezas olvidadas o hasta desechadas que por su belleza fracturada no podrían estar exentas de admiración en este su nuevo retorno. Volvemos al inicio, el gozo pleno que ella ha recuperado, y se reconcilia con sus propios secretos. A veces se la encuentra concentrada copiándose a sí misma, con las fotos de sus primeras pinturas pegadas a la pared. Citando sus propios cielos o hidratando unos musgos a los cuáles le ha tomado un peculiar cariño. Mis visitas al taller llevan casi nueve meses, una gestación creativa muy intensa de esa poeisis[3] que se traduce afuera pero también dentro, un descubrir introspectivo y voraz que debo cautelar.
V – La instalación como paisaje.
Se nombró la palabra, se señaló el territorio prometido, acontece algo, el taller se habita y ahí aparece: el otro paisaje[4]. El texto se borda para que no se desborde la idea. Acuífero guaraní fósil, tres palabras, una mole enorme árida, otra al lado y otra. Paisaje hostil, un hallazgo paleontológico, belleza que hiere y sangra, rodeado de “placas pictóricas” como danza circular tratando que el círculo no se termine de quebrar. Algunos rastros de humedad quedan impregnados y logran colonizar algo de vida, aunque sea diminuta. Cada cosa, son muchas cosas. La instalación de Mónica se convierte en paisaje, el más amenazante y el más esperanzador al mismo tiempo, es un texto que implica tensión. Paisaje que se captura en la forma y se resuelve en el espacio. Latente.
VI – 360°
Dibujo el círculo como mantra, ouróboros[5], ciclo que se repite.
Matemáticas: una parte al todo, ¿si sacamos algo con qué nos quedamos? o si nos quedamos con todo, ¿acaso no sería demasiado? Muchas veces sentimos, o sentí, que volvíamos al inicio, de donde habíamos partido en setiembre del año pasado. Que al final de nada valía que estructure o encorsete un plan que debía cumplirse a rajatabla para que todo salga perfecto, sin dar cabida al azar, a la intuición tan característica suya, de abrirse paso extramuros para ser ella, la creativa de siempre, la que colgaba bolsitas de hielo para aplacar el calor de noviembre “Después del eclipse”[6] en el Aleph[7] o adosaba patrones de ropa en espejos grabados con medidas a los “Pasos”[8] de una escalera, la que me invitó a caminar con ella este “paisaje de lo etéreo”[9] que se proyecta en infinitas direcciones, para nada previsible, como la vida y el arte, todavía asombrosos.
Silvana Domínguez
Junio 2022
[1]Galería de arte fundada por Teresita Jariton y Ticio Escobar (1974 a 1994)
[2] Término utilizado por el Crítico de arte Ticio Escobar en un texto de hace veinticinco años para referirse a los cielos de la artista.
[3] Del griego, creación o producción.
[4] Según la RAE- 2. Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico.
[5] Serpiente que se muerde su cola, idea del eterno retorno, naturaleza cíclica de las cosas.
[6] Exposición realizada en 1994 a propósito del eclipse total de Sol que dejó al Paraguay a oscuras.
[7] Espacio Cultural creado en 1992 por Marité Zaldívar, Keka Zaldívar y Pedro Padrós Roura en el Barrio Las Mercedes en donde se realizaban exposiciones, seminarios y talleres.
[8] Exposición colectiva realizada en 1996 articulada en torno a la escalera de “El Aleph”.
[9] Frase de Livio Abramo en un texto de 1988 para referirse a los cielos de esta artista, en el catálogo de Mónica González